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Debatir sobre las teselas sin ver el mosaico

No es fácil diseñar un modelo económico que se ajuste al mundo en el siglo XXI y por ello, parece que los discursos de los políticos se centran en debatir sobre cuestiones, que siendo relevantes, son sólo pequeñas teselas de un mosaico enorme sobre el que (a raíz de los mensajes que escuchamos) nadie parece estar pensando.

En la recién estrenada campaña electoral (la oficial, porque vivimos en un entorno de campaña electoral continuo) no parece ser central, pero sí se escuchan algunas propuestas económicas por parte de algunos partidos. La política fiscal y las promesas de bajadas fiscales son, por el momento, las medidas sugeridas en materia económica.

Vuelve a salir a la luz el debate entre quienes defienden subidas de impuestos para distribuir la riqueza y los que abogan por reducir los impuestos para incentivar la actividad económica. Creo que este debate esquiva una primera pregunta relevante y anterior a la pregunta de si subir o bajar los impuestos.

La pregunta que debería centrar el debate es qué tipo de política económica queremos desarrollar y cuál queremos que sea nuestro modelo de crecimiento económico. De la respuesta a esta pregunta, vendrán luego las respuestas sobre cómo queremos que sea nuestra política fiscal, nuestro modelo educativo, de ciencia e investigación, la organización del mercado laboral, la política de sostenibilidad ambiental, de transporte y comunicaciones, etc.

Miremos al este o al oeste, hay países que están dando pasos de gigante para liderar la nueva etapa de desarrollo económico en la que estamos ya entrando. La digitalización y esta nueva revolución industrial están transformando el paradigma de crecimiento y desarrollo de las pasadas décadas. Estamos asistiendo a un nuevo proceso de globalización (y no tanto a una desglobalización), a una transformación de los parámetros y fundamentos que sustentarán el crecimiento económico de las empresas, regiones y países en los próximos años. Si Europa, España y Navarra no quieren perder el pelotón de cabeza, deberán apostar por impulsar e invertir de manera decidida en nuevas formas de hacer las cosas y en el desarrollo de las tecnologías que formarán parte de nuestra día a día (bien como consumidores, bien como empresas) en los próximos años.

Las cadenas de valor globales de producto se están transformando y algunos de los eslabones de los que formábamos parte se están diluyendo, como consecuencia del desarrollo tecnológico e industrial de países emergentes así como la aparición de enormes mercados de consumo, principalmente en el este asiático que ya encuentran una oferta productiva local.

Toda esta transformación supone tomar decisiones no sólo en las empresas sino también a nivel social, en nuestra educación, el modelo educativo que queremos y deberíamos desarrollar para que los jóvenes formados que salgan de las aulas puedan competir y adaptarse a este nuevo entorno.

Pero los discursos de los partidos políticos, ante las elecciones autonómicas y nacionales, no están en esto, no parece que estén prestando mucha atención a lo que pasa en el mundo, más allá de constatar la desaceleración y utilizarla a modo de amenaza. Para hacer frente a estos retos es necesario tomar medidas de calado y sobre todo de largo plazo, pero no parece que los términos “largo plazo” y “estabilidad” tengan muchos adeptos en los discursos de aquellos y aquellas que se presentan como futuros líderes y que han de determinar cuál será nuestra estrategia como región, como país, en los próximos años.

Si hablamos del mercado laboral, nos encontramos de nuevo con debates en torno a si es bueno o malo, adecuado o no subir el salario mínimo interprofesional, (y no digo que no sea importante).

No obstante, no se debate sobre qué debemos hacer para reducir una tasa de paro del 14%, cuál va a ser el efecto de la digitalización en el empleo y nuestro mercado laboral, y cómo hacer frente a ello, qué modelo educativo queremos para ajustar las necesidades de las empresas a la capacitación de los estudiantes y cómo preparar a los jóvenes, teniendo en cuenta las tendencias que se empiezan a dibujar en el mundo.

Y en lo relativo a la política fiscal, el análisis debería centrarse en cuál debería ser el diseño “óptimo” para alcanzar tales metas, no sólo si hay que subir o bajar impuestos. Incrementar o reducir la carga fiscal dependerá del para qué y del cuándo. No creo que exista una fórmula inocua que sirva en todo momento y en cualquier circunstancia.

Claro, todo esto no es fácil. Aunque existen las recetas, no es fácil diseñar un modelo económico que se ajuste al mundo en el siglo XXI y por ello, parece que los discursos se centran en debatir sobre cuestiones, que siendo relevantes, son sólo pequeñas teselas de un mosaico enorme sobre el que (a raíz de los mensajes que escuchamos) nadie parece estar pensando.