Europa, ¿hacia dónde?
Quizá la crisis de deuda se quede pequeña al lado del momento histórico que vive ahora mismo la Unión Europea, ya que confluyen la firma del tratado de Roma, celebrado hace unos días en Europa, el decimoquinto aniversario del establecimiento del euro y al mismo tiempo, la comunicación oficial el 29 de marzo, de que el Reino Unido abandona la Unión Europea. Este hecho es la punta del iceberg de una corriente en Europa contraria a la propia Unión Europea y al “euro”.
Quizá la crisis de deuda se quede pequeña al lado del momento histórico que vive ahora mismo la Unión Europea, ya que confluyen la firma del tratado de Roma, celebrado hace unos días en Europa, el decimoquinto aniversario del establecimiento del euro y al mismo tiempo, la comunicación oficial el 29 de marzo, de que el Reino Unido abandona la Unión Europea. Este hecho es la punta del iceberg de una corriente en Europa contraria a la propia Unión Europea y al “euro”.
Está claro que en los peores momentos de la crisis financiera reciente, los dirigentes europeos no han dado buenos ejemplos de celeridad en la toma de decisiones y se puede debatir mucho sobre si las medidas adoptadas fueron las correctas. En cualquier caso, éstas llevaron al rechazo de buena parte de la sociedad en toda Europa. Reflejo de esto es el auge experimentado por determinadas fuerzas políticas que reducen el análisis y la explicación de los problemas de las economías europeas a mensajes y conclusiones demasiado simplistas, como que la crisis, sus efectos y secuelas, notables todavía, son “culpa del euro”.
El problema no es el euro, ni la idea de crear un espacio económico común, (el mundo está repleto de ellos), o la unión económica y monetaria. Paradójicamente, el problema reside en que este proceso no está todavía completo. El problema es, si acaso, que es demasiado joven; la Unión Europea está en proceso de construcción y por eso sería un error frenarla y desmontarla ahora. Tenemos una unión monetaria pero sin embargo, no una unidad fiscal y política, lo cual sí ha generado muchos problemas a la hora de gestionar la crisis de deuda, y que casi llevó a la desintegración europea, hasta que Mario Draghi pronunció su célebre frase “haremos lo que haga falta para defender el euro”.
En aquel momento, el riesgo provenía de fuera, de “los mercados y la prima de riesgo”. Ahora la situación vuelve a ser muy delicada con la diferencia de que el riesgo, proviene de dentro de la Unión, de los euroescépticos, y de aquellos que creen que la ruptura, y volver atrás 60 años nos llevará a un escenario mejor. Si la foto entonces fuera más bonita de lo que es hoy, nadie habría tenido incentivos en poner en marcha el proceso de unión.
Volver atrás supondrá volver a establecer fronteras, aranceles, barreras, controles y con ello mayores costes y dificultades para relacionarnos con el exterior, abandonar un marco de clara estabilidad macroeconómica y cerrarnos las puertas a un mercado de 500 millones de personas. La exportación en Navarra supone el 40% de su PIB y el 70% de ésta depende de Europa. Si ponemos barreras y trabas a esto, ¿alguien puede pensar que el resultado será positivo? La propia historia reciente de España muestra que los episodios de apertura han sido experiencias de éxito, crecimiento y desarrollo económico.
El reto que se plantea a Europa vuelve a ser enorme: nada menos que garantizar su unidad y mantener vivo e impulsar el proyecto cuya gestación se celebraba hace poco. La mejor solución es avanzar, dar pasos hacia adelante y hacia una mayor integración. Hay quien opina que es una buena oportunidad para que Europa salga reforzada, para ahondar y profundizar en aquellas cuestiones para las que el Reino Unido era reacio y cuyo veto ahora desaparece. Pero para que esto ocurra es necesaria mucha altura política en Bruselas y un esfuerzo por parte de todos los países, lo cual no está tan claro. Pese a las declaraciones desde Bruselas de que Europa seguirá unida, al mismo tiempo todos miramos ahora a Francia, donde el resultado electoral del próximo mes es decisivo y fundamental para la sostenibilidad del proyecto europeo.
Podría decirse que esto es reflejo de problemas inherentes a Europa si no fuera porque el fenómeno no es exclusivo de Europa. No hay más que mirar al otro lado del Atlántico para encontrarnos con una foto similar, con el recién nombrado presidente de los Estados Unidos anunciando políticas proteccionistas y contrarias a la apertura. Recientemente señalábamos también desde la Cámara de Comercio los informes recientes de la Organización Mundial de Comercio que alertaban de un crecimiento de las medidas proteccionistas en el mundo así como un menor crecimiento del comercio internacional.
Todo ello abre un periodo de incertidumbre para los próximos años y es posiblemente la evidencia de que nos encontramos ante un nuevo paradigma económico mundial, en el que es necesario reflexionar sobre las políticas y formas de hacer política económica que han predominado buena parte del siglo pasado. El mundo se enfrenta a retos como el incremento de la desigualdad en el reparto de la riqueza, el medioambiente, el crecimiento de la población mundial, el desarrollo tecnológico y la creciente digitalización para los que se requieren nuevos modelos y formas de entender la economía y las relaciones internacionales.